¿QUÉ ES EL DOLOR?

Oscar Fernando Ojeda Guamán

QED

Quise calmar el dolor que embargaba mi alma. Unas cuantas lágrimas rodaron por mis mejillas. Decidí aligerar la pena caminando sin rumbo cierto. A cada paso dado, en mis adentros reflexionaba y entablaba una conversación con los acompañantes pasajeros.

Así fue que ascendí a un cerro contiguo a mi casa, inhalé su aire puro, abrí mis brazos simulando las alas desplegadas: cuál vuelo del cóndor, sinónimo de libertad. Lancé una pregunta al viento, que fuerte, en esos instantes arreciaba: ¿Qué hago con este hiriente dolor que me lastima? Soplando más fuerte parecía responder: “inhala fuertemente, luego de a poquito, suéltalo…” “En mí, tendrás un aliado, lo esconderé en la copa más alta de ese bosque de pino, si eso no es suficiente lo convertiré en melodía perfecta, que brote en sinfonía: de amor, del pecho de un dulce colibrí, acompañante sempiterno”. Respiré y agradecí… 

Seguí mi trajinar, de repente me encontré en un arroyo, al reflejarme en la pureza de sus aguas le pregunté: Tú que nada ocultas, porque en tu transparencia todo se divisa, ¿Qué hago con este dolor que siento? Lancé una piedra blanca al agua, la que al caer, formó una especie de onda expansiva y, una voz pareció emerger: “Vierte en mi tu dolor, deja que se vuelva agua y corra por mi cauce, luego con el sol lo convertiremos en vapor, elevándolo más allá de las nubes, donde nunca más te vuelva a lastimar…”

El sol al ser nombrado también quiso intervenir, ya este dolor no solo hería, sino que también derretía mis fibras más sensibles. Dejé que por instantes, él me cobijara y me abrigara, ya en confianza le pregunté: Amigo sol, tu que desde lo alto divisas todo. ¿Qué hago con este dolor? Lanzando sus fuertes rayos, como muestra de poderío, me respondió con otra pregunta: ¿Que sentiste? Calor, por supuesto contesté… He ahí la respuesta… “Quémalo, déjalo que arda, calcínalo que al destruirse se consuma, que ni cenizas queden, para que no desperdicies ni una bocanada de aire, al soplarlo…” Asentí con la cabeza, di media vuelta y continué… 

Admiraba la belleza de los parajes de la montaña. Dicen que acariciar la tierra es proveer de energía a nuestro cuerpo, me senté junto a un montículo de preciosa y fértil tierra negra. Pidiendo permiso a la naturaleza, cogí dos puñados de tierra y la misma pregunta por cuarta vez, de forma insistente formulé: ¿Qué hago con mi dolor? La tierra cayendo de a poco entre mis dedos, atinó a decir: “Siémbralo, deja que yo me encargue de convertirlo en algo bello, que le crezcan las raíces que te sostengan, y en las ramas de la herida se pose algún ave que cierto día te devolverá la sonrisa”. Simplemente, en un gesto de gratitud, un suspiro exhalé. 

Levanté la mirada, la tarde se despedía y la noche se avecinaba. Debía volver a casa. Había una maravillosa luna plateada con un coro de estrellas, en el firmamento, acompañándola. A ella no quise interrumpirla con mi letanía, que me embargaba. Mejor decidí poner en el reproductor de mi celular “Madre Luna”, canción para un mundo nuevo. En sus versos, inmerso descifraba, cada uno de esos consejos de aquellos acompañantes con los que había hablado. Llegué a casa, cansado pero complacido y aliviado, sintiendo ya menos aquel dolor.

Plácidamente, dormido me quedé y, entre sueños todo lo que en el día había vivido se aparecía: la fuerza del viento diciéndome: “soplar y esparcir”, el arroyo “regresar y expandir”, el sol “quemar y calcinar”, de la tierra “sembrar y germinar”. Finalmente de la luna “admirar la belleza que nos rodea para perdonar y olvidar”.

En el sueño, una voz emergiendo desde mis adentros me exclamaba: “siéntete complacido por el día vivido, cualquier dolor será superado. Si te sientes decaído reconoce al menos ese algo que crees que hiciste bien y resígnate por eso que no salió como esperabas”. En el trance onírico, cerré los ojos, respiré profundo y sonreí. Dejé atrás ese dolor que me afligió por causa de un amor incomprendido que rompió todos mis esquemas, esperanzas, los sueños que para ese amor había forjado. Me dije visiblemente entusiasmado: “Mañana será un buen día para, de nuevo volver a comenzar”.